Y la escoria desembarcó en el puerto de Nueva York: los apestosos campesinos latinos, los analfabetos, los rudos, las mulas humanas. ¿Había algún peruano ahí? No. ¿Algún salvadoreño? Tampoco. ¿Algún Guatemalteco? No… ¿qué es eso? Bueno, ¿seguro que algún veneco? Nada que ver.
Todos eran europeos: los italianos del sur, los polacos, los irlandeses, etc. Ellos eran la nueva invasión de lacra social que venía a quitarle los puestos de trabajo a los honrados estadounidenses.
Esa era la impresión de varios norteamericanos sobre los inmigrantes de mediados del siglo XIX.
Hoy tenemos a un megalomaniáco como cabeza de una de las más grandes potencias del mundo, que se ha empeñado en construir la muralla más importante de toda américa, para evitar que más latinos cumplan el «sueño americano».
Sin embargo hay un pequeño detalle a todo este asunto: NADIE realmente quiere el «sueño americano». NADIE.
¿Por qué demonios dejarías tu casa, amigos, novia/o, y familiares para ir a un lugar desconocido? ¿Quien osaría a semejante travesía solo por un par de Nikes?
La desgracia y la miseria no es racista. Y si ayer fuiste un irlandés en la peor hambruna, porque las papas de tu huerto se honguearon; hoy puedes ser un salvadoreño sin huerto, porque papá gobierno te lo expropió.
Casa en Tierra Ajena lo deja bien claro: además del derecho a la libre circulación, debería existir el derecho a NO emigrar.
Los arriesgados viajeros, que alguna vez fueron europeos y hoy son latinoamericanos, atraviesan los peores peligros imaginables, no para finalmente poder comer en un McDonald’s, sino para que sus familias, siquiera puedan llevarse un pan a la boca.
Aquellos que realmente son los pro emigración, son los oligarcas de Centroamérica y las grandes transnacionales que roban al ciudadano común de su propiedad privada. Los primeros defensores de la propiedad privada son los primeros en romper la regla de oro del «paraíso» neo-liberal.
Casa en Tierra Ajena narra las épicas travesías de varios migrantes, que se ven obligados por la miseria a recorrer miles y miles de kilómetros hasta llegar a Estados Unidos, a pesar de los extorsionadores, la misma policía mexicana, y el inclemente clima de la frontera.
Pero incluso en esas condiciones,vemos el atisbo de luz de la bondad humana, pues en el camino, personas de buen corazón dan alojamiento y comida en «Casas de Migrantes» (de ahí el título).
Interesante documental que aborda directamente el día a día de los migrantes. A pesar de las historias de dificultad, Casa en Tierra Ajena es en sí un llamado a la esperanza, pues como un cura en el documental lo dice: el camino del migrante es el vía crucis de Cristo. Es el sacrificio por un mejor futuro.
Radwulf
31/03/2019