No estoy en contra de la terminación de una vida, pues para mi hay varios factores a considerar más allá del clásico mandamiento «no matarás».
Si se pudiera implementar una ley en contra de la Corte de los Derechos humanos que permita la ejecución de cualquier persona que fuese catalogada como psicópata, siguiendo los parámetros establecidos del Psychopathy Checklist del Dr. Robert Hare, yo sería el primero en votar a favor, pues los psicópatas en su mayoría no son los asesino seriales de las películas; por el contrario, la mayoría prefieren pasar desapercibidos cometiendo crímenes de saco y corbata en las esferas más altas de cualquier sociedad.
Sin embargo, si alguien intenta decirme que la mejor forma de acabar con los violadores de menores, es la pena de muerte o la castración química, yo voy a estar en total desacuerdo con tal propuesta.
¿Por qué?
No por razones «humanitarias» en el sentido más simplista de la palabra, si no por razones meramente racionales y efectistas.
La pena de muerte no es la solución mágica que resolverá todos los problemas sociales del país.
No es como que al día de mañana los violadores van a parar cuando aprueben tal ley. Solo miren las estadísticas. En países donde se aplican ese tipo de leyes igual suceden crímenes violentos de todo tipo.
No se ha probado una correlación exacta entre pena de muerte y armonía social, pues eso no existe, es solo una utopía.
El problema detrás de la pena de muerte no es el hecho que sea moralmente injusto matar a un ser humano sin importar que este sea un repugnante violador de menores. El verdadero problema detrás, es que la pena de muerte es solo una medida populista para no dar atención a verdaderas soluciones a largo plazo.
La pena de muerte es el equivalente de rociar veneno en aerosol a unos cuantos mosquitos mientras a tu lado hay un pútrido pozo donde ser reproducen estos bastardos.
Como un amigo una vez me lo dijo: La pena de muerte es la mejor excusa que existe para que los políticos no hagan su trabajo que es: implementar programas sociales y mejorar la calidad de vida psicológica y física de sus habitantes con el objetivo de prevenir los altos niveles de criminalidad.
Esa sería la solución, pues ha funcionado de manera estupenda en distintos países desarrollados.
Sin embargo como tenemos vagonetas en nuestro gobierno, hay muchos que no quieren ensuciarse las manos con trabajo de verdad que prefieren ensuciárselas con sangre, pues es más fácil y al fin y al cabo es menos chamba.
Es difícil y engorroso mejorar la calidad de vida de todo un país y prevenir este tipo de delitos, además de re-insertar a los criminales en la sociedad. No da muchos votos, no suena revolucionario, ni sexy, ni atractivo como matar violadores; pero al fin y al cabo es un trabajo. Un trabajo para el cual se le paga al gobierno.
En conclusión, estoy a favor parcialmente de la pena de muerte, pero abanderearla por doquier y atrayendo a masas de becerros para que balen es inútil. No va a resolver NADA. Y al final si la aprobaran (ergo, pasándose por los huevos a la Corte Interamericana de los Derechos Humanos), los políticos solo nos estarían dando gato por liebre. Usarían la pena de muerte para no trabajar y de paso para ganar votos y quedarse más tiempo en sus puestos rascándose las tetas o las pelotas. Y la criminalidad seguiría a tope.
Raúl Valero
15/06/2018