Cuando todavía era un niño católico, mi mundo era simple. Los claros y oscuros eran fácilmente identificables. No necesitaba pensar ni cuestionar. Mis superiores ya se habían encargado de eso.
Hoy en día, sin embargo vivo en una duda constante y estoy feliz por ello. Aunque hay principios que para mi permanecen incorruptibles como la honestidad o la compasión, por mencionar a algunos; las ideologías por el contrario siempre serán corruptibles para mi.
No me importan si son las conservadoras o las liberales. Todas son igual de defectuosas. Todas las ideologías.
Hablemos por un momento de las alas más radicales de la ideología de género. Una prima me dio la noticia que en España -el país alguna vez más católico y ultra-montano de Europa- se aprobó una ley para que los niños a partir de 12 años pudiesen pedir un cambio de sexo sin autorización de sus padres y sin la luz verde de un psicólogo.
Antes de ahondar en el tema, déjenme aclaraos que yo tengo amigos bisexuales y gays. Y además soy un liberal en lo que se refiere al sexo. Detesto a los machistas y simplemente no los soporto. El cucufatismo de Perú me parece vomitivo e hipócrita. En total, soy el equivalente latino de un liberal sueco.
Bajo la premisa mencionada, yo debería defender la ideología de género en todas sus formas. Ergo debería estar de acuerdo con que los niños de 12 años se cambien de sexo sin la intromisión de alguna persona mayor.
Falso.
Como dije anteriormente, no llevo un carnet partidario. Además si ni siquiera llevo una bandera nacional definida, menos voy a defender a un sistema de ideas.
Defiendo que las sociedades sean mas equitativas, no solo en lo económico, pero también en lo sexual.
A pesar de ello, soy consciente que las personas que llevan la bandera multicolor son humanos con errores y por lo tanto su ideología no está exenta de ellos. Un error craso a mi parecer es dejar a menores de edad sin supervisión alguna en la toma de tales decisiones.
Poder criticar tal decisión de las cortes españolas, a pesar de ser un simpatizante de políticas liberales, es posible gracias a la duda.
Cada vez que conozco a alguien que sea de la religión que sea, y este me invita a su iglesia o centro de culto, normalmente acepto. Yo acepto porque en el fondo sé que mi filosofía de vida podría estar equivocada. Porque tengo una sana duda que me impide ser un ciego radical.
Ojo, eso no significa que yo esté equivocado. Eso solo significa que podría estarlo.
Sócrates una vez dijo: «Solo sé que nada sé».
La implicación de su frase es que él no consideraba que fuese un sabio con todos los conocimientos del mundo. El significado de sus palabras de hecho implicaban que él ignoraba. Él sabía que en su naturaleza como ser humano no todos los conocimientos se le habían sido revelados.
En otras la palabras creo que él comprendía que la vida era un aprendizaje constante. Con la humildad de admitir la ignorancia, uno tiene así paradójicamente la posibilidad de seguir aprendiendo.
La duda juega un rol en este proceso de aprendizaje y crítica individual.
Si uno no duda de lo aprendido, entonces uno carece de auto-crítica. En consecuencia, uno se vuelve ciego.
La duda aunque no ofrece seguridades absolutas, brinda libertades infinitas.
Por ello es que hoy en día yo preferiría dudar, antes de/que estar seguro.