Me miraban inquietos y los escuché levemente murmurar entre ellos, conspirando, qué hacer con el raro individuo que había visitado su tienda.
Era una cálida noche primaveral en la ciudad de las putas, la yerba, y los cuadros de Van Gogh. Sí señores, yo estaba en Amsterdam.
Siendo más exactos estaba en un mini-market intentando comprarme un bocadillo para sobrellevar los efectos pos-porro. El problema era que no disponía de muchos billetes y quería sacarle el máximo provecho a la abundante cantidad de monedas de 1, 2, 5, 10, y 20 céntimos de euro que tenía en mi bolsillo.
Me quedé como 3 min intentando llegar al monto de 4.20 EUR, pero como perdía rápidamente la concentración tuve que comenzar de nuevo como dos o tres veces. Algo impacientes, los encargados de la tienda me pidieron que contase mis monedas en una mesita aledaña.
Me mudé entonces a la mesita y me enfoqué en la ardua tarea de contar y recontar las monedas apilándolas en pequeñas torres de cobre.
27 min absorto y pegado a mi trabajo. Si los de la tienda me hubiesen dado otros 20 min más quizá hubiese logrado contar.
Lamentablemente para ese punto ya estaban súper incómodos y uno de los encargados se acerco a mi mirándome como a un bicho raro y me pidió que me largara.
Creo que nunca olvidaré esa experiencia.
Ni tampoco los trabajadores del mini-market.
La yerba te hace cometer acciones un tanto absurdas. O te hace concentrarte en asuntos totalmente irrelevantes, como el goteo continuo del agua de un caño durante 15 min. Non-stop.
Recuerdo con cariño que cuando trabajaba en una cadena de comida rápida mis colegas acostumbraban a llenar los panecillos (‘biscuits’) con chocolate y marihuana para luego meterlos al horno. Incluso fumaban dentro de la refrigeradora. Ellos eran verdaderos locos por María.
La marihuana no es una droga fuerte. Tampoco es que te cree una adicción aguda similar a la de los cocainómanos.
A decir verdad, la marihuana es algo así como la versión light del tabaco.
Haberla prohibido en distintos países es alimento de mi profunda indignación contra los caprichos de aquel imbécil de la FDA estadounidense que un día pensó que sin una buena prohibición, no habría chamba para sus colegas.
Hay varios que alegan que no les gusta la marihuana por los ‘fumones’. Es decir los pandilleros que se reúnen en los callejones a fumar la yerba.
Los ‘fumones’ que yo conozco pueden hacer una disertación oral sobre el mérito artístico de Adrian Lyne en la película Lolita del 97′ mientras arman un porro.
Hay gente que suele decir la típica burrada de «si las drogas no son necesarias para divertirse ¿entonces para qué consumirlas?».
Usar zapatillas para salir a correr no es necesario. Fácilmente uno podría salir con zapatos. Pero no lo hacemos.
Hacer el amor en un lugar romántico no es necesario para la perpetuación de la raza humana. Sin embargo lo hacemos.
Ver las películas de Tarantino sin censura no es necesario para comprender la trama. Sin embargo los cinéfilos las vemos sin censura
¿Por qué?
Pues porque si puedes tomar la decisión entre pasarla bien y pasarla mucho mejor, las personas con un mínimo grado de inteligencia elegiremos la segunda opción, carajo.
La yerba no es mala. Quizá el único efecto nocivo de cuando la consumes por primera vez es que te quedas como un tonto viendo tu reflejo en el agua o que hagas un monólogo sobre tu vida privada.
Nada más.