Una vez conocí a un chico que fácilmente podría haber entrado en la categoría del hijo perfecto. Estudiante sobresaliente, bueno en deportes, con una sana y espléndida sonrisa en la boca, dientes blancos y brillantes, y con una actitud positiva que vibraba en todos los salones de primaria y secundaria del colegio donde pasé buena parte de mi vida… en suma la Galatea masculina que cualquier pareja de padres podría haber esculpido en sus mentes antes de ser concebida.
Nunca sentí envidia por él, pero si algo de admiración. En mi colegio se celebraba cada año un certamen de música clásica, en el que los concursantes tenían que adivinar el nombre, tipo y número de cualquier melodía de un determinado compositor clásico como Tchaikovsky, Bach, Debussy, Mozart, etc.
Este chico siempre llegaba a las finales, o como lo hizo en dos ocasiones, se llevó el primer puesto.
Me acuerdo que él una vez quiso ir a Rusia y al no disponer del dinero (aunque dudo que sus padres no lo tuvieran), tocó en violín varias composiciones de Mozart, las mandó a grabar y vendió los discos para cumplir sus sueño. Eso lo hizo a los catorce años.
En cambio yo a su edad, mi único logro real en mi vida era escribir historias amateur de bajísima calidad y explorar los rincones más oscuros del internet para perder mi gran cantidad de tiempo.
Nunca entablé una amistad con él, pero no puedo negar que nos llevábamos bien.
Creo que eso sucede con las personas a las que solo sonríes durante los trece años de tu vida, pero con las que nunca hablas.
Cuando cumplí mis diecisiete años y mi padre tuvo la genial idea de exiliarme en el país de Goethe, Rammstein, y la cantante de 99 Luftballons; este chico, después de más de doce años de estar en el mismo grado que yo, me quiso visitar a mi casa para despedirse de mi antes de mi viaje de intercambio.
Ignoro la verdadera razón de su visita. Cabe añadir que el Yosif de mi historia era y es un devoto católico conservador de derecha y asumo que cuando vino a darme el adiós, antes de mi partida a las lejanas tierras de las helenas rubias, lo hizo con la intención de cumplir su deber como buen cristiano.
Después de tanto años, pero tantos años, ese día, a una semana de mi partida, finalmente me conoció como persona.
¿Quién era yo en ese entonces?
Mi etapa escolar careció de vida social en absoluto. Mi soledad se componía de dos factores: mi falta de madurez para lidiar conmigo mismo, y la falta de madurez de mi entorno para lidiar conmigo. Ello me obligó a pasar el 90% de mis fin de semanas, encerrado en casa durante varios años tratando de huir del aburrimiento abrumador, dedicando mi atención a distintas materias, que variaban desde la búsqueda de virus de computadora hasta la fabricación de explosivos caseros y su uso en las guerrillas modernas.
Créanme, el aburrimiento y el aislamiento te pueden llevar a lugares muy extraños.
Y es así, como llegué a interesarme por el cine.
Mis gustos evolucionaron desde películas comunes como Scary Movie hasta obras de la talla de Kubrick, Fritz Lang, o Kieslowski. Fue un proceso, relativamente lento, pero al final, cuando cumplí mis diecisiete años, ya había visto las filmografías de Lynch, Carpenter, Cronenberg, y Alexandre Aja.
Cuando Yosif tocó la puerta de mi casa y yo abrí, él encontró a un ermitaño de cabello descuidado, en piyama, y de mirada perdida.
Ese era yo.
Después de las típicas palabras de bienvenida y el small talk, entramos a mi sala.
Sobre la mesita del living room había una veintena de películas piratas esparcidas por doquier. Él las cogió y las revisó una a una.
Entre mis preferidas habían varias comedias de Woody Allen, además de obras de los hermanos Coen y una que otra película taquillera. Sin embargo no son esas las que saltaron a su vista, si no las películas surrealistas, gore, de serie-B, de explotación con altas dosis de sexo y violencia.
Cuando mire su cara, sentí su asco al ver la portada de Succubus, una película erótica del famoso director de explotación y serie-B, Jess Franco.
Pero Succubus solo era l’entrée pues aparte de películas, también tenía libros, y entre ello estaba el plat de résistance:
«Mateo Diez» de Pedro Salinas.
Para ese tiempo era tan joven que no se me pasó por la mente (aunque lo intuía vagamente) que ese libro era una crítica mordaz a la organización religiosa, que había fundado mi colegio, y a la cual él, Yosif, pertenecía.
Después de que él leyera con notable desagrado las páginas de aquel libro, procedió a cuestionarme cómo lo había conseguido
Le respondí la verdad. Nunca tuve la menor idea de cómo mi padre dio con ese libro. Desde que tuve uso de razón, ese libro reposaba en las estanterías del estudio de la casa. Un día lo saqué por pura curiosidad y lo leí.
Luego de haber revisado con asco el libro, Yosif procedió a retirarse de mi casa.
Nunca más lo volví a ver en persona.
Pasarían varios años después para que yo o él (no me acuerdo, sinceramente) retomáramos contacto por Facebook.
Si bien no me equivoco, yo había iniciado un debate con él acerca de la homosexualidad. Para ese tiempo ya había cambiado totalmente mis puntos de vista hasta volverme totalmente liberal. Por obvias razones entramos en conflicto.
Al final no logramos ponernos de acuerdo en nada porque él me decía, «enseñame UN solo homosexual que sea feliz, UNO solo» intentando probar que los homosexuales solo eran heteros enfermos caídos en desgracia.
La verdad no supe que responderle, porque me daba pereza tener que buscar un homosexual en mi lista de amigos, y presentárselo. Además que luego mi amigo tendría que pasar por la examinación rigurosa de Yosif, para que él, un conservador de derecha, lo calificara de acuerdo a sus estándares como «persona feliz». Por ello, dejé la conversación.
Años más tarde en el 2016, cuando PPK subió al poder como presidente del Perú y empezaron los roces con la horda de congresistas tarados de Fuerza Popular liderados por Keiko Fujimori; Yosif publicó un post que jamás olvidaré.
En ese tiempo, el Cardenal Cipriani, el controvertido Richelieu peruano, reunió a la lideresa de la mayoría del gobierno con el presidente para «reconciliarlos» mientras oraban a Dios.
Suena como una broma, pero, en serio, él rezó junto a los dos voraces lobbystas en una capilla, con la esperanza de unificar al gobierno por la obra y gracia del espíritu santo. Algo así como cuando San Martín hizo comer a tres animales del mismo plato, Cipriani quiso hacer lo mismo con aquellas dos bestias.
Yosif, con motivo de este evento, posteó fotos de las dos ratas y el pingüino de Cipriani rezando y sonriendo ante cámaras. También escribió algo como «Al fin se reconciliarán por la fe en Cristo» o «Dios unirá al país» o algo en ese estilo.
Yo comprendo que hay personas con un bajo nivel de intelecto que podrían haber creído en semejante tontería de que por obra de Cipriani y del espíritu santo, habría un éxito en la unión de dos corruptos con intereses egoístas distintos. Es un hecho de que en un país tan cristiano como el nuestro, haya cierta cantidad de personas proclives a creer en este género de cuentos de hadas.
Lo que yo no me imaginaba era que Yosif, el violinista talentoso que se había pagado su viaje a Rusia a los catorce años, el niño modelo de mi colegio, el ganador y finalista del certamen escolar de música clásica más importante de todo el país; pudiera creer en semejante imbecilidad.
Más tarde el tiempo demostraría que todo había sido una farsa montada para dar falsas esperanzas a los creyentes. PPK renunciaría y Keiko Fujimori ascendería, no sin antes encontrar un nuevo rival en el Juego de Tronos. Pero eso es historia para otro artículo.
Anoche mientras cenaba y hablaba con mis padres y un amigo, el nombre de Yosif saltó de alguna forma en la conversación. Mis padres, a pesar de no haberlo conocido tanto al igual que yo, le tenían una gran estima. Sin embargo yo opiné que a pesar de todo, él tenía puntos de vista que en mi opinión eran muy crédulos y tontos, como la esperanza de que el cura más antipático del país hubiera podido amistar a dos ladrones sin escrúpulos.
Lo curioso es que mi padre señaló que era muy difícil encontrar un religioso católico no instruido.
Y me puse a pensar… y era cierto. Bueno, al menos parcialmente, pues él era laico, sin embargo él había tomado latín en el colegio, sabía de música clásica, tenía un buen temperamento, y no era para nada tonto.
¿Qué llevaría entonces a una persona tan instruida y madura a postear algo tan ingenuo y estúpido como lo que mencioné?
«Quizá no es tonto, simplemente es muy maquiavélico». dijo mi amigo que cenaba con nosotros.
Y ahí me di cuenta.
Él no podía ser tan estúpido de realmente creer en que Cipriani alimentaría a dos predadores de la misma mano, porque no era necesario que él lo creyera. Lo necesario era, que los que leyeran su post creyeran en ello.
Ese fue el atisbo de oscuridad que descubrí de una persona que jamás había llegado a conocer durante más de diez años.
Creo que ayer, yo tuve la misma sensación que él, cuando revisaba mi colección de libros y películas, varios años atrás.
Yo la sentí, más de ocho años atrás de que lo vi por última vez.
Y hoy aún la siento.
La repulsión.
Por Radwulf
20/06/2018