Este tema ha causado demasiado revuelo en las redes sociales y -a decir verdad- no me sorprende. Aunque que no condono los hechos vandálicos a la primera estatua que se erigió, puedo comprender la molestia que esta causó en ciertos grupos conservadores. Yo no creo que como sociedad e incluso como individuos estemos libres de tabúes. Todos tenemos tabúes o somos sensibles a algo. No importa si en un extremo tenemos a una cristiana no-denominacional que se sonroja ante un cuerpo desnudo, pues en el otro extremo tendremos siempre al epítome de una progre que se ofende con bromas políticamente incorrectas. Nadie se escapa de eso.
Sin embargo, cabe notar una paradoja fascinante en el caso de dichas esculturas. Los moches -en otras palabras los antepasados de muchos trujillanos- usaban cerámicas que no escatimaban en pudor alguno. Desde vaginas bostezantes hasta sables desenvainados, todo aquello que para nuestras sensibilidades actuales es molesto, antiguamente formaba parte del día a día.
Hoy esto ha cambiado obviamente, pues después de más de doscientos años de influencia cristiana católica, las sensibilidades de muchos norteños (así de como todos los latinos) han dejado de ser las mismas que las de antaño.
Como mencioné al inicio del artículo, aunque puedo comprender a muchos conservadores que se escandalizan con tal despliego de talento reproductivo en estas estatuas, me parece sin embargo que la argumentación usada para vilipendiar la existencia de las mismas, es problemática, cuando no completamente fútil.
En primer lugar hay aquellos «defensores» de la cultura moche que se indignan de su uso amarillista y escandaloso. De lo que he observado, ellos intentan colocar a la cultura moche en un pedestal imaginario, así como un hombre enamorado eleva a la chica de sus sueños a la categoría de musa inalcanzable. Automáticamente todos los aspectos controversiales -como por ejemplo la sodomía homosexual en las cerámicas- son cancelados a adrede, pues tiñen la inmaculada narrativa que quieren defender.
Por otro lado, tenemos a la narrativa del conservador nostálgico, que dice que hay que volver al pasado, pues antes todo era más sano. Él augura que la sociedad se está zoodomisando debido a las tantas libertades de hoy. Al igual que el «defensor de la cultura», él se basa en una conveniente caricatura de un ayer etéreo y difícil de definir.
Yo creo que estas dos narrativas fallan catastróficamente por dos razones.
Primero: una cultura no es algo homogéneo y estático como el mármol. Es como que yo diga que a todos los españoles les gusta las corridas de toros o que a todos los peruanos les gusta la cumbia. Efectivamente hay varios ibéricos que disfrutan de tal espectáculo y muchos compatriotas míos bailan al son del Grupo 5, pero también van a haber aquellos que rechazarán a raja tabla esa barbarie y uno que otro metalero del centro de Lima. En otras palabras, una cultura es una dialéctica constante, es un conflicto de subculturas contra el discurso oficial. Tratar de definir una cultura de manera férrea solo puede desembocar en fracaso.
Los «defensores» de la cultura no hacen más que bañar en cemento al legado cultural de una civilización milenaria para esculpirla a imagen de lo que debería de haber sido.
Además de eso la cultura de una sociedad no es solo sus bailes, trajes y comidas típicas. Eso es solo la cáscara de una fruta. Aquello que es visible. Para mi lo importante no es ello, sino su pepa.
La pepa de una cultura son las relaciones jerárquicas entre las personas, el rol de las mujeres en la sociedad, los problemas sociales, la sexualidad, etc. Básicamente todo aquello que jamás leerás en un folleto de Prom Perú.
Y ahí radica la gran controversia que desataron estas estatuas moches, pues sacaron a la luz algo que nadie quería ver: la pepa de la cultura moche.
Muchos quieren una versión infantilizada y antiséptica de nuestras culturas antiguas. ¿Qué los incas hacían tambores de las pieles de sus enemigos? Mentira. ¿Qué llevaban a cabo genocidios? Cállate. ¿Qué los mochicas hacían pornos en sus cerámicas? ¡Dios nos salve!
Si un mochica hubiera inventado la máquina del tiempo y viajara al Trujillo de hoy, quizá encontraría hasta gracioso las estatuas erigidas.
¿Se ofendería?
¿Quién sabe?
Pero seamos sinceros, los moches usaban estas cerámicas para actividades cotidianas. Imagínate servirte el mate de la mañana de una tetera con un falo berenjenesco. Por ello sospecho que si los mochicas tenían algún tabú en su sociedad, este no era definitivamente de carácter sexual.
Segundo: Respecto a los conservadores nostálgicos que añoran cierto pasado perfecto esculpido a su juicio, yo me pregunto:
¿Cuál pasado? ¿El de tus abuelos en los 60s o el de los mochicas antes de la conquista?
Cualquier argumento de un conservador nostálgico puede ser destruido, si tú eres ¡más conservador e incluso más nostálgico que él mismo!
Un terrorista islámico del ISIS añora un pasado dónde solo los hombres estaban en el poder. Si eres más tradicionalista, conservador y nostálgico que él; puedes argumentar que en el pasado Siria era gobernada ¡por una reina llamada Zenobia! ¿Qué en el pasado los hombres no usaban el rosado como los rosquetes de hoy? Sé más conservador y argumenta que en el siglo 19 el rosado era para varones, pues era similar a la sangre; mientras que el azul era femenino, debido a su tranquilidad y delicadeza.
En conclusión, no critico la sensibilidad de ciertos grupos conservadores en Perú. Lo que sí critico es la frágil argumentación a la que están acostumbrados. Aquí yo digo, «¡No! ¡La realidad no es tan simple y definida!». No puedes embutir fenómenos sociales o culturas enteras en una cuadriculada ideología de pacotilla. No es tan sencillo. Si se quiere criticar a estas estatuas, debería ser hecho desde otro ángulo. No del casposo, «¡es inmoral!».
Radwulf
20.03.2022
Completamente de acuerdo, ya que actuando de esa manera hasta somos hipócritas.