Hace dos días vi las imágenes más placenteras de estos últimos tiempos. No, no fue una película de Lynch, aunque era casi surrealista por su aparente imposibilidad; no tampoco era una pintura de Velázquez, aunque disfruté todos los elementos de la imagen en su totalidad; y no tampoco era una canción de Molotov, aunque en su contenido desbordaba en material anti-autoritario.